EL BOSQUE EN LA LITERATURA CORTÉS (II): EL REFUGIO DE LOS AMANTES

Codex Manesse. UB Heidelberg, Cod. Pal. germ. 848, fol. 249v. Fuente: aperumest



Como ya apuntamos la semana pasada, el amor es uno de los elementos más importantes que impulsan y desarrollan las tramas en las novelas de caballería medieval. Al igual que el bosque, el amor se presenta de dos maneras diferentes: un amor más casto y comedido en contraposición a un amor salvaje y pasional. Teniendo en cuenta que el bosque siempre se asocia a la parte más salvaje y primitiva del ser humano, podéis imaginar cuál de estas dos formas de amor se llevará a cabo entre los árboles.


Antes de comenzar a analizar el bosque como refugio de los amantes hay que tener en cuenta que el amor que se describe en estas novelas se encuadra dentro del “amor cortés”. Esta literatura comenzó su desarrollo en las cortes del siglo XII, principalmente en las zonas de Aquitania y Bretaña. Su lectura y disfrute se limitaba a las altas clases sociales. Podríamos decir que nació por y para la nobleza pues muchas de estas novelas se escribieron en la misma corte, como es el caso de María de Francia con sus Lais o las famosas obras de Chrétien de Troyes, quien se encontraba avalado por María de Champaña y Felipe de Alsacia. 


¿Cómo se ama en el roman courtois?


El amor cortés se compone de numerosas características, entre las que podemos encontrar “la exaltación de la dama, la sumisión del amante, refinamiento y énfasis en la fuerza espiritual de la pasión[1]”. La figura masculina, el caballero, es el protagonista de las novelas y el núcleo de las aventuras pero como bien apunta Carlos García Gual, nada de lo que ocurre en ellas se realizaría sin la figura de la dama y el amor que la profesa. La mujer recibe, pues, las atenciones del caballero y juega un papel muy importante en el desarrollo de sus aventuras, ya sea creándolas, pausándolas o dándoles más emoción. Y no solo esto sino que la dama deja atrás su papel pasivo, encarnando en ocasiones un papel protagonista, ya sea como amante pasional, esposa despechada (como puede ser el caso de Laudine en el relato de El Caballero del León) o como consejera y confidente del caballero. Junto a los dos amantes es muy usual la aparición de la figura del clérigo, el ermitaño en el contexto boscoso, pues hace las veces de consejero y guía para los amantes que han decidido huir para disfrutar de su amor.

Las relaciones prototípicas del amor cortés no pertenecen a los esquemas aceptados sino al terreno de lo prohibido. Normalmente se nos muestra a una pareja de amantes donde el adulterio aparece como la relación pecaminosa. A diferencia del amor matrimonial puro y más poético, el amor libidinoso responde a las más profundas pasiones; pasiones que a veces se consumarán con el contacto de los cuerpos. El siguiente fragmento extraído de El Caballero de la Carreta es un buen ejemplo. En él se describe el momento en el cual Lanzarote llega a la torre de Meleagante y pasa su deseada noche de pasión con la bella Ginebra:

“Ante ella se postra, y la adora: en ningún cuerpo santo creyó tanto como en el cuerpo de su amada. La reina le encuentra en seguida con sus brazos, le besa, le estrecha fuertemente contra su corazón y le atrae a su lecho, junto a ella. Allí le dispensa la más hermosa de las acogidas, nunca hubo otra igual, que Amor y su corazón la inspiran. De Amor procede tan cálido recibimiento. Si ella siente por él un gran amor, él la ama cien mil veces más: Amor ha abandonado todos los demás corazones para enriquecer el suyo[2]


Lanzarote besando a Ginebra. Lancelor du Lac, ms fr.112. BNF. Fuente

En ocasiones esta pasión desbordante de los amantes funciona como un poder superior, aun así no se les exime de culpa pues pronto son presa del arrepentimiento.



¿Cómo influye el paisaje en el amor?

El paisaje y la vegetación tienen un importante papel en el surgimiento del amor pues su simbolismo puede servir para hacer metáfora una situación amorosa. En el lai Madreselva de María de Francia tenemos un buen ejemplo. Y dice así:

“Entre ellos dos ocurría como con la madreselva, que se agarra al avellano: cuando está sujeta y prendida y se pone alrededor de la madera, juntos sobreviven sin dificultad; pero cuando luego se separan, el avellano muere rápidamente y la madreselva también[3].”

Como ya hemos apuntado en otras ocasiones, el locus amoenus es un paisaje agradable, con mucha luz, agua y vegetación, un lugar que invita al placer. En las novelas de caballería este plácido lugar se puede asociar con el jardín que a su vez se relaciona con el amor más gentil y comedido. En el jardín los amantes intercambian palabras, gestos y miradas. La naturaleza exuberante con la que se describen estos parajes, con un fuerte verdor y las flores brotando vaporosas sirve como metáfora del nacimiento del amor, un amor que brota como las flores en primavera.



Detalle del fresco del mes de julio. Las doce labores; Frescos del castillo de Buonconsiglio, Trento, finales s.XIV.
Fuente: Pinterest

La contraposición del jardín la encontramos en el bosque. Como el adulterio queda fuera de las estructuras sociales del mundo construido, esa relación prohibida debe llevarse a cabo en algún lugar donde estas no imperen, y qué mejor lugar que entre los árboles… El bosque se presenta como un lugar temido pero también como un salvoconducto y un refugio pues acoge sin distinción a cualquiera que se adentre en él. 



El bosque y el amor: Tristán e Isolda

Después del triángulo amoroso entre Arturo, Lanzarote y Ginebra, la trágica historia de amor entre Tristán e Iseo es uno de los romances más famosos y conocidos de la Edad Media, cuyas raíces nos transportan hasta la literatura celta. ¿Por qué nos interesa este relato especialmente? Porque Tristán e Iseo no solo se refugian en el bosque para vivir su amor durante un corto espacio de tiempo sino que llegan a habitar entre la espesura. La historia de estos amantes está abocada a la tragedia: Isolda se casa con el rey Mac y Tristán con Isolda “la de las Blancas Manos”, otra princesa. Los amantes, a pesar de no poder estar juntos, se amarán hasta el fin de sus días. La escena que a nosotros nos interesa se produce entre la boda de Isolda con el rey Mac y el posterior enlace de Tristán. Será un filtro amoroso el que una a los amantes en una pasión indestructible pues cuando el efecto se pasa su amor sigue intacto. 

Los amantes, pues, huyen al bosque rompiendo así con algunas de las normas más importantes que permanecen vigentes en el mundo construido: la fidelidad al rey y al esposo. Con este acto renuncian a la sociedad, al mundo civilizado en favor del amor pasional y desenfrenado en el bosque de Morois, donde llevarán una vida de fugitivos:

“Entre tanto Tristán, Iseo y Governal se adentraron en el bosque salvaje. Durante un tiempo llevaron una vida errante, durmiendo en el suelo, cambiando cada noche de refugio. Tristán era un excelente arquero. (…) Un día, en sus correrías por el bosque, descubrieron un claro agradable y solitario. Tristán cortó ramas con su espada, Governal reunió el ramaje y construyeron dos cabañas que Iseo cubrió con hierbas y juncos. Cuando venía la noche, los amantes dormían el uno en los brazos del otro. A veces oían aullar a los lobos, otras la lluvia caía, en medio del rugido sobrecogedor del viento, de los relámpagos y de los truenos. No tenían tapices ni cojines ni ricas alfombras; dormían sobre esteras de juncos. Pero se amaban tanto que la presencia del uno hacía olvidar al otro el dolor. Su “fino amor” les hacía olvidar su dura condición de proscritos (…) Si el amor les hacía olvidar todas sus penalidades, sus rostros delgados y pálidos, sus figuras escuálidas y sus ropas desgarradas en harapos indicaban la dureza de su vida[4]”. 

Tristán e Iseo en el bosque de Morrois. Manuscrits, Français 97 fol. 62. s. XV. Fuente: Hesperetusa

La estancia en el bosque deja de ser tan idílica cuando los efectos del filtro amoroso van desapareciendo y la culpa y el arrepentimiento hacen su aparición en escena. Es en este momento cuando los amantes recurren al sabio ermitaño, el cual les advirtió de las consecuencias de su huida al bosque. Ambos comienzan a replantearse lo que han hecho y el amor pasional, que todo lo invadía bajo los efectos de la pócima, se torna en lamentos. Al huir de la sociedad se encuentran solos, como unos proscritos, y esa sensación es más fuerte que todo lo demás. En esta situación desesperada deciden volver a ver al ermitaño quien, como sabio consejero, les ayuda a reconciliarse con el rey Mac.

Para culminar esta historia se vuelve a recurrir a la metáfora vegetal pues, a la muerte de los amantes, crecen en sus tumbas una vid y un rosal que entrelazan sus ramas, representando así el amor infinito de los amantes que supera incluso los límites de la muerte. Y el texto dice así:

“Por la noche, de la tumba de Tristán surgió una viña que se cubrió de hojas y ramas verdes. Sobre la tumba de Iseo creció un hermoso rosal de una semilla traída por un pájaro salvaje; las ramas de la viña pasaban por encima del monumento y abrazaban el rosal, mezclando sus flores, hojas y racimos con los capullos y las rosas. Y los antiguos decían que estos árboles enlazados habían nacido de la virtud del filtro y eran símbolo de los amores de Tristán e Iseo, a quien la muerte no había podido separar[5].”


Tristán e Isolda, de John William Waterhouse, 1916. Fuente

Como habéis comprobado, el amor medieval no se adapta a un solo modelo sino que se presenta voluble, en ocasiones puro, en ocasiones pasional. Este artículo pretende seguir la serie de “El bosque en la literatura cortés” donde aún nos quedan temas por analizar, como el papel de las hadas, muy relacionado con el tema que acabamos de explicar, pero de eso ya hablaremos en otro momento…



Si queréis leer más entradas relacionadas con esta temática podéis dirigiros a:



Esta entrada es un resumen del capítulo completo que dedicamos a este tema en nuestro libro Érase una vez... el bosque. Si queréis echarle un ojillo parcial podéis acudir a Google Books. Si os interesa haceros con él, podéis comprarlo en Libros.com.





¡Os espero entre las hojas!




BIBLIOGRAFÍA

  • ALVAR, C.: Breve diccionario artúrico, Madrid, Alianza, 1997.
  • BRUÑA CUEVAS, M.: “Apuntes sobre el paisaje y la naturaleza en la literatura medieval francesa” en Cuadernos del CEMYR, nº7: Paisaje y naturaleza en la Edad Media, 1999. pp. 141-165
  • CHRÉTIEN DE TROYES: El caballero de la carreta; prólogo y traducción de Luis Alberto de Cuenca y Carlos García Gual. Madrid, Alianza, 2013.
  • GARCÍA GUAL, C.: El redescubrimiento de la sensibilidad en el siglo XII. Madrid, Akal, 1997.
  • MARIA DE FRANCIA: Lais; Introducción, traducción y notas de Carlos Alvar. Madrid, Alianza, 1994.
  • Tristán e Iseo; Reconstrucción en lengua castellana e introducción de Alicia Yllera. Madrid, Alianza, 2000

NOTAS


[1] GARCÍA GUAL, C.: El redescubrimiento de la sensibilidad en el siglo XII. Madrid, Akal, 1997. p. 11. 

[2] CHRÉTIEN DE TROYES: El caballero de la carreta; prólogo y traducción de Luis Alberto de Cuenca y Carlos García Gual. Madrid, Alianza, 2013. p. 118 

[3] MARIA DE FRANCIA: Lais; Introducción, traducción y notas de Carlos Alvar. Madrid, Alianza, 1994. p. 151 

[4] Tristán e Iseo; Reconstrucción en lengua castellana e introducción de Alicia Yllera. Madrid, Alianza, 2000. pp. 122-123, 129. 

[5] Ibidem, p. 233.

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